Y José Arcadio Buendía “fue al corral y marcó los animales y las plantas: vaca, chivo, puerco, gallina, yuca, malanga, guineo. Poco a poco, estudiando las infinitas posibilidades del olvido, se dio cuenta de que podía llegar un día en que se reconocieran las cosas por sus inscripciones, pero no se recordara su utilidad. Entonces fue más explícito. El letrero que colgó en la cerviz de la vaca era una muestra ejemplar de la forma en que los habitantes de Macondo estaban dispuestos a luchar contra el olvido: ‘Esta es la vaca, hay que ordeñarla todas las mañanas para que produzca leche y a la leche hay que hervirla para mezclarla con el café y hacer café con leche’”.
García Márquez en Cien años de Soledad.
Tras el fallecimiento de Fidel Castro abrí un debate sobre su influencia indirecta, y determinadora, sobre la música popular bailable que desde mediados de los sesenta empezó a etiquetarse como Salsa.
Sin ser la idea o el objetivo que el debate se tornará “musical” tomó ese curso, retornando a la arcaica controversia de “sí la salsa es música cubana o no”.
Mi objetivo o motivo en aquel encabezado era otro, quizá político por el rol que juega este factor, cómo el que más, en los destinos de los hombres, las comunidades, las naciones y la humanidad.
Y la música no iba ser la excepción.
Uno de mis caballos de batalla es una paráfrasis sobre una frase de Lola Rodríguez de Tió que recorre el mundo: “Cuba y Puerto Rico son de un pájaro las dos alas”.
La paráfrasis es: “La cultura y la política son de la salsa sus dos alas”.
Por una razón que estimo más que suficiente para mí, esperando que lo sea para usted amigo lector.
Porque considero que las cosas por ellas solas no pueden explicarse, y una de esas cosas, como todas las cosas y fenómenos, es la música.
Y entonces, este arte, la creación musical, se torna en disciplina, y como disciplina se junta a otras disciplinas para una mejor comprensión, aprendizaje, estudio, producción y disfrute.
Y entonces la música como disciplina se encuentra con la musicología, la etnomusicología, (la epistemología), la historia, la antropología, la arqueología, la filosofía, la sociología, la sicología, la geopolítica, la política, la literatura, la danza, la lingüística y los estudios culturales, y ¿quién sabe con cuántas otras disciplinas más?
Y entonces “toda” esta indisciplinariedad se hace multidisciplinaria.
Y si “todo esto” no se entiende será difícil comprender cualquier fenómeno, así como el espíritu que reside en ese fenómeno o cosa.
Un fenómeno o cosa como el bautizado como salsa.
Y entonces, aquí, ingresamos al terreno de la fenomenología.
¿Y qué cosa es la fenomenología?
Pues la “ciencia de Husserl” que estudia todo aquello que aparece ligado a un contexto, porque nada en el mundo aparece así como así, como de la nada, sin historia, aislado, sin ser influenciado, permitiendo confluir e influir por supuesto, como le sucedió al son y le sucede a la salsa.
Y la salsa, como el son, es un fenómeno, y no sólo musical y sonoro, sino social, antropológico, y político, y mucho más, es decir: ¡Cultural!
Y como todo fenómeno o cosa necesita un nombre para ser distinguido o llamado.
Y esa palabra para este fenómeno es, o podría ser: ¡Salsa!
Y aquí entramos al terreno de la lingüística, la ciencia de las palabras.
¿Quién se la puso?
¿Al fenómeno? ¡No sé!
Al complejo sonoro, se ha dicho que Ignacio Piñeiro, que Phidias Danilo Escalona, que Johnny Pacheco ¿quién sé yo?
A Tito Puente le sacó más canas que ganas.
Yo pienso que tanto al complejo sonoro como al fenómeno se la puso, los etiquetó, el buen entender de la gente y su deseo de comunicarse, al fin y al cabo es una palabra de uso corriente, hasta culinario, que a estas tierras llegó en las carabelas de Colón.
Una palabreja más pertinente que cualquier otra, o ¿acaso existe algo más sabroso que el son y/o la salsa?
Y por tanto, la palabra salsa -con una “polisemia” más que deliciosa- la utilizo, y la gente en su saber también, no sólo para referir al complejo sonoro que aglutina ritmos cubanos y de otras islas y territorios continentales adyacentes, sino al fenómeno cultural que trasciende las fronteras de los estados-nación.
Polisemia quiere decir, palabras más, palabras menos: “Fenómeno del lenguaje que consiste en que una misma palabra goza de varios significados”.
Y al utilizar la palabra salsa, palabra que goza de varios significados y usos, en absoluto se está desconociendo la historia de todos los agentes y factores partícipes tanto en el origen y desarrollo del complejo sonoro como del fenómeno cultural.
Quién ignore, o quiera ignorar, la polisemia de las palabras, así como la historia de todos los agentes y factores, así como de los contextos, partícipes tanto en el origen y desarrollo del complejo sonoro como del fenómeno cultural, está en su derecho de ignorarlos, incluso hasta de ignorar esta nota.
Sin embargo:
La salsa como complejo sonoro (atendiendo al musicólogo cubano Argeliers León), puede ser gozada por quien quiera, desde el más ignorante hasta el más docto (por ejemplo: Tito Puente), pero como fenómeno cultural, para comprender su cosa y su espíritu, sí requiere y exige, al momento de acometerla, de cierto rigor interdisciplinario.
O de lo contrario, caeremos, nuevamente, en ese debate de los setenta que aún recorre las mesas de los bares de salsa cargadas en sus mesas de botellas de ron, tomándose ahora a Facebook.
En todo caso, la culpa no fue de la vaca, sino de Fidel Castro por morirse.
Salsero apasionado, melómano cotidiano, gustoso tirador de paso, Dj de Salszburgo, próximo a publicar un libro sobre un periodo de la fiesta salsera en Bogotá.
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