Aunque fue en los años 80 cuando se convirtió en un fenómeno, la historia de la salsa en la capital puede remontarse a finales de la década de los 60, cuando Miguel Granados Arjona, veterano locutor costeño en varias emisoras de la capital, empezó a programar sólo salsa y aquello atrajo la atención de los universitarios, que poco a poco fueron generando un movimiento que incluía bares, discotecas, emisoras y grupos musicales.
La cosa no fue muy bien vista, pues la salsa era considerada música de ladrones, marihuaneros y prostitutas, pero los bares salseros se convirtieron poco a poco en puntos de encuentro en donde no sólo se iba a oír música sino a hablar de poesía, literatura, cine y otras actividades propiciadas por intelectuales y estudiantes de la época.
De acuerdo con la investigación realizada por Marcela Garzón Joya, de la Universidad Javeriana, las salsotecas sólo existían al sur de la ciudad, entre los barrios de los suburbios de Soacha, que aún no eran formalmente parte de Bogotá, y Las Cruces, en donde terminaba el centro. “Eran grandes galpones iluminados con bolas de colores y espejos gigantes en las paredes. Sus más fieles clientes eran los zapateros del Restrepo o los estudiantes de la Nacional, pero no faltaban los políticos, las modelos y las muchachas yé yé”, dice la investigación titulada 14 sones.
Según la misma investigación, durante toda la década del 70 y principios de los 80, barrios del sur como el Restrepo, Kennedy, Santa Isabel y Santa Matilde fueron invadidos por salsotecas como la Jirafa Roja, Rumbaland o El sol de medianoche y algunas casetas al aire libre que ofrecían picadas, fritanga y cerveza, denominadas popularmente ‘Las estrellas de Soacha’.
Ya en los 80, la escena salsera se vio más influenciada por un movimiento intelectual y hacen su aparición personajes como César Pagano y Alberto Littfack, el primero fundador y dueño de los famosos Goce Pagano y Salomé Pagana, y el segundo, dueño de Galería, Café y Libro, que actualmente cuenta con dos sedes en Bogotá.
“Bogotá es una suma de aportes socio-culturales procedentes de todo el país y del exterior, y de allí se desprende su amplia diversidad. Las preferencias musicales de los capitalinos son consecuentes con la cultura cosmopolita que se ha venido desarrollando en la ciudad y de ellas hace parte la salsa”, dice Humberto Moreno, de MTM.
Vale la pena resaltar que el surgimiento de varias orquestas está íntimamente ligado a la vida de los bares en la ciudad (ver recuadro): “Cuando nadie sabía quiénes éramos, tocábamos en sitios como Tocata y Fuga, que quedaba en el Barrio la Merced y era la casa de la mamá de Juan Sebastián Monsalve (hoy día uno de los jazzistas más importantes del país), y nos llamaban mucho para tocar en los bares de Fontibón. También hubo una época en que tocábamos casi todos los viernes y sábados en Quiebracanto. Nos pagaban como 250 mil o 300 mil pesos, pero así fue como empezamos”, recuerda Sergio Mejía.

Por: Alejandra López González – El Tiempo

 

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